A destiempo

-No te vayas. – Diego se abrazó a ella intentando no apretarla demasiado.

-Diego… Ya hemos hablado de esto. Te dije que lo último que quería era una relación seria. – contestó Mar, cerrando los ojos y lanzando un suspiro, pero sin soltar sus manos de las de él, que asían su cintura.

-No tiene que ser una relación seria. Nos veremos cuando quieras. Haré lo que me pidas.

-Por favor… - Mar se dio la vuelta para encontrarse con aquellas dos profundidades oscuras como la noche que eran sus ojos. – Ha sido tan hermoso… Dejémoslo aquí, antes de que empiecen los desacuerdos, antes de que ya no sea quien creías que era, antes de que ya no te parezca tan inteligente, ni tan guapa, ni tan ocurrente.

-Eso no va a pasar.

-Eso es lo que pasa siempre. Y yo… Yo quiero ser yo, sin tener que estar a la altura de nadie, sin tener que cambiar para nadie. Quiero conocer gente, viajar… Hay tantas cosas que no he hecho. No me arrepiento. Tengo mi carrera, y mis hijas, y mi casa… y eso debería bastar. Pero no basta.

-Pero la vida es eso, Mar. Hay quien mataría por lo que tú tienes.

-Porque ellos quizás ya han vivido. Yo solo he sido hija, esposa y madre. Y ya no quiero ser solo eso nunca más.

-Yo solo quiero que seas tú.

Diego cerró los ojos y sus largas pestañas negras descansaron en sus mejillas, mientras sus manos acariciaban el rostro de Mar, su frente sobre la de ella.

-Esto es un a destiempo.

-Eso no existe, Mar. Nos conocemos desde hace dos meses. Dos meses, una semana y cinco horas…

Mar levantó una ceja:

-Eso ha sonado como una condena.

-Eso es el tiempo que llevo junto a la persona más extraordinaria que he conocido. Por favor, no te vayas.

Mar se dio cuenta de que no había forma de que Diego dejara de insistir. Reconocía a un hombre enamorado, porque todas sus parejas se habían enamorado de ella, y luego, al cabo de unos pocos años, ese amor había desaparecido, pero en ella no. Y duele tanto quedarse, ver con los ojos empapados en lágrimas como la persona a la que amas pone el punto final, ni siquiera unos malditos puntos suspensivos. Duele tanto saber que ya aman a otra mientras tú aún no puedes pensar en él sin sentir un nudo en el estómago. Tanto… Tanto…

            Ella se levantó de la cama y se vistió, bajo la derrotada mirada de Diego, que ya había dado la batalla por perdida. Sabía que, si Mar se permitía reflexionar un instante, aquello se habría terminado. Una vez lista para salir a la calle, se sentó en la cama. Él, traidor, aferrándose a la última posibilidad, volvió a abrazarla.

-Quizás tienes razón – le dijo con las lágrimas amenazando con caer mejillas abajo – Quizás solo somos un a destiempo. Pero siento tener que decirte que te quiero, que me he enamorado de ti, y que si lo que tú quieres es dejarlo, lo respeto. Quiero que seas feliz, que conozcas a todas esas personas, todas esas ciudades, a todos esos hombres que, según tú, te has estado perdiendo mientras vivías una vida que no era. Yo, mientras, te estaré esperando.

Le colocó las manos alrededor del rostro y la atrajo hacia sí, cerrando los ojos para sentir el que sabía que sería el último beso, y ella le correspondió, planteándose un segundo si no se arrepentiría de esta huida a tiempo toda su vida. Se separó de ella unos centímetros para mirarla a los ojos.

Mar se soltó con toda la delicadeza que pudo y salió de la habitación sin mirar atrás.

En el taxi de vuelta a casa se recompuso. Su vida no había hecho más que empezar y pensaba devorar cada segundo. Y lo hizo. Salió, bailó, bebió, viajó, conoció a mucha gente e incluso a un par de hombres. Y el hueco seguía ahí.

Dos años después, mientras tomaba un café y miraba su móvil, la foto de Diego la asaltó desde la pantalla. Su equipo de investigación había aportado un avance importante en un tipo de cáncer. Sonrió. Diego… Cerró los ojos un instante y lo recuperó en su mente, caminando juntos por la playa, bailando en aquella terraza de verano, y siempre riendo. El timbre de su voz volvió a su oído y volvió a sonreír ante el recuerdo de la primera vez que se atrevió a cantar para ella. Podría haberse ganado la vida con ello, pero era demasiado tímido para subir a un escenario con una guitarra. En los laboratorios de investigación nadie te pide que hables.

La llamada por megafonía para los pasajeros de su vuelo la sacó de su ensimismamiento. Se dirigió a la zona de embarque arrastrando su maleta negra, pensando que, si Diego tenía que hacer algún tipo de declaración en una conferencia, más le valdría recordar tomar el trago de whisky de rigor.

Unos dedos tocaron su hombro y un escalofrío familiar le recorrió la columna y le erizó la piel. No lo había visto, pero lo había sentido. Era él. Se dio la vuelta y allí estaba, con su casi 1.90 de estatura, en vaqueros y camisa, mirándola como si se hubieran visto ayer.

-¡Diego! – se puso de puntillas para darle dos besos al tiempo que él se agachaba. - ¿No me digas que vamos en el mismo vuelo?

-Estás preciosa. ¿Qué tal el mundo?

-Demasiada gente.

-Yo solo soy uno y no hago mucho ruido.

Volvió a inclinarse. Ella se puso de nuevo de puntillas. Y el beso lento, cálido, inseguro al principio, apasionado después, fue como volver a respirar después haber estado ahogándote, no durante los dos últimos años, sino durante toda tu vida anterior.

-Vamos. Pasemos los dichosos controles. Tenemos mucho de qué hablar - dijo él.

Sus manos se habían abrazado la una a la otra inconscientemente, y no parecía que se fueran a soltar.



 

 

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