La vida manda. Siempre. Así que tuve que dejar un poco de lado el tema de la escritura, incluso cuando ya tenía dos novelas publicadas, para trasladarme a vivir a Rincón de la Victoria. Poco sabía yo que, debido a unas inundaciones que habían arrasado Nepal, me conocerían pronto en mi nuevo hogar.

Cuando tuvieron lugar aquellas inundaciones tan terrible, mis hijas, que siempre andan presumiendo de que su madre es escritora y profesora, sugirieron en su cole recaudar fondos usando una de mis novelas, Refugios del corazón. Ni siquiera me preguntaron antes. De sobra sabín que estaría dispuesta a ayudar. Así fue como una de las lectoras del club de lectura de la biblioteca de Benagalbón, un pueblo cercano, leyó la obra (uno de sus hijos iba al mismo colegio y le habló del proyecto)y  habló con Enrique, el bibliotecario por excelencia, ese que organiza cursos, charlas, certámenes, obras de teatro y cualquier otra cosa que pueda acerca la cultura a todo el mundo, me invitó a una presentación con una charla-coloquio con sus lectores.

Aquel día pensé que no podría dejar nunca de escribir.